lunes, 30 de enero de 2012

RESEÑA: El espíritu del mago, de Javier Negrete

Javier Negrete consiguió con La espada de fuego, primera parte de la tetralogía de Tramórea, gran éxito de crítica y público. Lejos de acomodarse en tan agradable situación, para la segunda parte de la saga, El espíritu del mago, da un vuelco importante contándonos una historia de magnitud mucho mayor, de mayor alcance y recorrido, más ambiciosa. Según mi criterio da en el centro de la diana con tal apuesta, situándose en la palestra de la fantasía heroica moderna, ésa tan cruel y cruda, que realiza una presentación afectuosa de personajes para a continuación matarlos o mutilarlos y de la que suelo hablaros en este blog.


El espíritu del mago mantiene la alta calidad en escritura, estilo y recursos narrativos, pero supera a su novela predecesora temerariamente, y digo esto porque establece una cota tan alta que difícilmente podrá mantenerse en las dos obras restantes. La supera enredando la historia, llevando muchos más hilos argumentales (en la primera parte encontrábamos uno principal y otro secundario), pero haciéndolos todos interesantes y cada uno de ellos por diferentes motivos: intrigas políticas, esperas calmas, búsquedas heroicas o mera supervivencia, manejando el ritmo a su gusto, enredando con sapiencia estos hilos para destejerlos más tarde y liarlos con otros, para llegar hasta un final que desde lejos se antoja apoteósico y no defrauda, en el que confluye medidamente todo lo contado con anterioridad.

Para ello, en primer lugar, Negrete enriquece el universo de Tramórea: añade ciudades bien distintas descritas de maravilla como Narak, Malib o Ilfatar, cada una con su cultura bien diferenciada, sus politiqueos y rasgos únicos. También muestra o profundiza sobre otros pueblos: los fanáticos Aifolu de ojos amarillos, ávidos de conquistas; las orgullosas Atagairas, una suerte de amazonas; los lascivos Glabros con sus terribles pájaros del terror; la reestructurada Horda Roja, quizá no en sus mejores horas, mas aún temible… por no hablar de otras criaturas cuya simple mención supondría desvelar demasiado.



En definitiva, construye un mundo variado en el que cabe prácticamente cualquier posibilidad.

martes, 24 de enero de 2012

Música épica. El guerrero nº13 (1999), de Jerry Goldsmith

Fue El guerrero nº 13 (1999) una película maltratada en su momento, quizá porque el tirón comercial procedía de adaptar una novela –la mejor, dicen: Los devoradores de cadáveres- de Michael “Parque Jurásico” Crichton, muy de moda aquellos días, con un actor con tirón en Hollywood en aquel entonces, Antonio Banderas, pero el papel del mismo en el film no es el de protagonista de una aventura al uso como el público esperaba, sino más bien el de narrador de la historia (un punto de vista más cercano al espectador), una historia de exaltación de un héroe, el vikingo Bulywif. Es, no obstante, una película bastante buena con pocos defectos y muchas virtudes, y una de las mayores de entre éstas es la banda sonora.

Fue Jerry Goldsmith, el responsable de la partitura, uno de los compositores más todoterreno de este arte, aprendiendo de los clásicos y desarrollando su heterogéneo y brillante trabajo durante 6 décadas diferentes. A poco que lo penséis conocéis varias de sus obras: El planeta de los simios, La profecía, Alien, Acorralado, Desafío total o La Momia, son suyas. Diferentes estilos y géneros, desde bandas sonoras poco más que atmosféricas a composiciones épicas como la que hoy os propongo. La verdad es que ninguna pista tiene desperdicio, pero aquí dejo la primera de todas ellas, Old Bagdad, que empezará con toques arábigos en referencia a Ahmad ibn Fadlan, personaje de Banderas para acabar enlazando con el estupendo tema central (y muy épico) de la película:

viernes, 20 de enero de 2012

MICRORRELATO: Gran Premio

Ajustó su traje ignífugo escarlata y se sentó en el sillón de pilotaje, mirando por enésima vez el volante, las palancas y los marcadores, afinados al máximo por su numeroso equipo de ingenieros.

Salía desde el segundo puesto en la parrilla, tan solo por detrás de ese molesto hijo de la pérfida albión. Le echó una ojeada desde su posición. Seguramente estaría tan nervioso como él. Se trataba del último gran premio y el título mundial estaba en juego. Y con él honor para sus países y prestigio para sus escuderías. Y dinero, por supuesto. Toda la gloria para el ganador. La corona de laurel reposaría sobre su frente.

El semáforo se puso en rojo y comenzó un nervioso parpadeo. Involuntariamente apretó la mandíbula. Una gota de sudor cayó con suavidad dibujando el borde de las gafas de caucho negro y cristal ahumado.

El semáforo pasó a ámbar. Sin duda alguna activó palancas y giró llaves, apenas conteniéndose. En un segundo llegaría la hora de la verdad. Ojalá un adelantamiento rápido y una carrera tranquila. Aunque algo en la boca del estómago le exponía con vehemencia que tendría que trabajar la victoria.

El semáforo se puso en verde. La aguja que medía el nivel de helio estaba anclada en lo alto del medidor. El duelo había empezado. Los zepelines de carreras salieron disparados de la línea de salida, con todos sus engranajes dentados rugiendo en una sinfonía mecánica, y un chorro de gas despedido tras ellos, marcando las trayectorias que seguían en el circuito aéreo, mientras los que bramaban abajo eran los miles de espectadores que se habían reunido entusiasmados con el gran premio, arrojando chisteras al aire incapaces de contener la emoción.

domingo, 15 de enero de 2012

miNatura 116: Steampunk

Un nuevo número de miNatura, la revista de lo breve y lo fantástico está a vuestra disposición. Hace el 116 y está dedicado a una temática bastante caliente durante los últimos meses, el Steampunk. Este género surgió a raíz de, entre otras, una de las novelas favoritas de uno de mis autores de cabecera: Las Puertas de Anubis de Tim Powers, que desde ya os recomiendo. De hecho, mi  microrrelato participante en la revista, El tal William Ashbless, es un homenaje directo a esta obra.


Hay quien, no falto de razones, sostiene que con el tiempo el steampunk se ha convertido en poco más que una corriente estética vacía de contenido (eso sí, muy bonita). Yo prefiero contemplarlo dentro del más amplio marco de los retrofuturismos, esto es, ucronías en la que consideramos que en un momento del tiempo un avance científico ganó la carrera tecnológica a los demás competidores. Habitualmente suele considerarse el auge de la máquina de vapor (y similares) en la Inglaterra victoriana.

Revista Digital miNatura 116. Dossier: Steampunk (descargable AQUÍ)

martes, 10 de enero de 2012

RESEÑA: La espada de fuego, de Javier Negrete

El título de una novela es importante, desde luego. Habitualmente es honesto y autorreferencial: desde un escueto nombre propio o elemento de la misma (Fundación, Elantris, La carretera, por mencionar algunos aquí reseñados) hasta un casi resumen del contenido (Alicia en el País de las Maravillas, 20.000 leguas de viaje submarino). Otras veces es sencillamente una bella concatenación de palabras que no aclarará nada sobre el contenido hasta leerlo (El atlas de las nubes, El temor de un hombre sabio). También están aquellos que requieren de una explicación de referencia cruzada a otra obra y no resultan precisamente triviales (El ruido y la furia). La espada de fuego de Javier Negrete pertenece a los primeros y además es toda una declaración de intenciones: cuando te llevas a las manos un libro con este título esperas hallar acción vibrante, magia, fantasía, un mundo de aventuras, y por supuesto espadas, y eso es exactamente lo que encuentras en sus páginas, porque la espada de fuego es un objeto importante dentro de la novela homónima, pero también es una inequívoca y sugerente indicación de fantasía heróica en estado puro.



El punto de partida de la historia es en apariencia sencillo: el último propietario de la legendaria espada de fuego Zemal fallece tras una enfermedad tan turbia como fulgurante, desencadenando así la serie de acontecimientos que llevarán al certamen de espadachines cuyo ganador le sucederá como guerrero más poderoso de Tramórea. Entre los candidatos encontramos a héroes y villanos: Derguín Gorión será el verdadero protagonista de la saga y de largo el menos cualificado para el certamen, hasta el punto de no reunir las condiciones mínimas para emprender la búsqueda del arma. Kratos May, el mayor maestro de la espada convertido en fugitivo y obligado en nombre de su honor a entrenar a alguien a priori inferior, pero posible rival como Derguín. El bellaco Aperión, archienemigo de Kratos, también entrará en una disputa cuyo principal favorito no obstante será otro: el príncipe Togul Barok, heredero de un imperio y mucho más que una descomunal y certera máquina de matar. El elenco de protagonistas lo completarán Mikhon Tiq, amigo desde hace años de Derguín que sigue un camino paralelo al de éste, cambiando el acero por la senda del conocimiento que le mostrará Linar, anciano y enigmático hechicero que le ayudará a explorar su syfron, singular e interesante concepto de mundo interno sobre el que se fundamenta la magia. Otros secundarios como El Mazo, Ulma Tor o Tríane también merecerían mención especial.

jueves, 5 de enero de 2012

Obras maestras: El temible burlón (1952)

En primer lugar voy a hacer una aclaración: El temible burlón no es objetivamente una obra maestra. No tiene un guión redondo, ni interpretaciones magistrales e incluso es posible que quien, siendo adulto ya, la vea por primera vez, la crea una idiotez. Y aun con todo la considero mi película de piratas favorita.


El motivo es bien sencillo: en cuanto veo a Burt Lancaster, -uno de los más grandes actores de la historia, todo talento y energía-, dando acrobáticos saltos entre los aparejos de su barco pirata, con esos exagerados colores del technicolor, aporreando a sus enemigos de mil maneras o embaucándolos de mil una, en cuanto le veo aferrando a la damisela pelirroja, pues en las pelis clásicas de piratas las chicas casi siempre son pelirrojas a lo Maureen O’hara, y besándola mientras su corazón de sinvergüenza cae rendido, en cuanto le veo caer en la trampa de sus enemigos, de la que de una u otra manera atrevida logrará evadirse, subconscientemente viajo a cuando era un crío y los domingos por la tarde ponían cine clásico de piratas, justicieros y espadachines y me quedaba sin parpadear delante de la tele, empapándome de las aventuras que estaban empezando a definir mis gustos, encauzándolos por una dirección que no abandonaría jamás.

Y es que El temible burlón (The crimson pirate, de 1952, cuya traducción más bien sería El pirata carmesí o simplemente El pirata rojo) es el paradigma del cine de aventuras clásico, en su vertiente divertida y desenfadada. Burt Lancaster (el capitán Vallo, susodicho pirata, que llena la pantalla con su presencia), antes de convertirse en actor tuvo formación como acróbata circense junto a Nick Cravat (ese barbudo bajito que hace de mudo, aquí llamado Ojo), y del circo también se les contagió un poco de los payasos, pues cada vez que están juntos en pantalla, además de brincos y volteretas, no paran de divertir al espectador con sus chistes, para los que muchas veces no necesitan pronunciar palabra alguna. Crean así una película no solo dinámica y trepidante sino enormemente divertida para quien acepte el juego propuesto, y no hacerlo es no tener ganas de divertirse.


A ambos podemos encontrarlos realizando similares peripecias en otra película de aventuras clásica tan buena como ésta, la magnífica El Halcón y la Flecha (Jaques Tourneaur, 1950)

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