sábado, 29 de septiembre de 2012

RESEÑA: 2099. Antología de ciencia ficción

Con este septiembre llegó como novedad editorial de la mano de Ediciones Irreverentes que 2099. Antología de ciencia ficción.


Forman parte de la misma relatos de Jules Verne, Ray Bradbury (comentan fue el último contrato que firmó antes de fallecer), Arthur C. Clarke, P. K. Dick, Stephen Baxter, Eduardo Vaquerizo, Kyr Bulichov, Carlos Sáiz Cidoncha, Aleksandr Beliaev, Sergio Gaut vel Hartman, Edward Page Mitchell (pesos pesados del género). Como podéis leer en la bonita portada, 58 autores de primera fila, ¡entre los cuales me hallo! Fuera bromas, bien está ser seleccionado para una antología en papel, un pasito más allá del mundo (respetabilísimo) de las revistas y fanzines por el que me muevo, pero si además firmo junto a Dick, Clarke, Verne, mi idolatrado Bradbury o escritores españoles de la talla de Vaquerizo o Cidoncha... os podéis imaginar la satisfacción. Podéis encontrar más información aquí.

En cuanto a los relatos, que en general son de una calidad homogénea, hay de todo. Son mayoritariamente distópicos (de hecho llegué a la selección mediante una convocatoria de este subgénero). Ya sabemos que mirando al futuro solemos pecar de pesimismo. Desde una o dos páginas hasta poco más de diez nos encontramos con gran cantidad de supuestos y muchos de ellos resultan de gran interés. En mi historia Última noche en el Jardín del Edén, llevo una sociedad del bienestar hasta un extremo de tal perfección en que la utopía está al borde del desastre global. Respecto a las demás, no recurriré a mi buena costumbre de comentarlas individualmente debido a su gran número, pero en el siguiente listado resaltaré las que me han llamado más la atención, por su calidad, por resultar más interesantes, originales o por cualquier otra valoración subjetiva. Algunas de ellas, auténticas joyas:

viernes, 21 de septiembre de 2012

RESEÑA: Danza de Dragones, de George R. R. Martin

Por fin, tal y como prometí, tras leerlo este verano y dejarlo reposar un par de meses, voy a hablaros de la novela fantástica del año en cuanto a repercusión mediática, ventas, y esperanzas generalizadas del fandom depositadas sobre ella: Danza de dragones, de George R. R. Martin. Por supuesto, si no sois seguidores de Canción de Hielo y Fuego, ésta no es vuestra reseña, pues se refiere al quinto tomo de una saga de más de mil páginas de media por cada pieza, y como empecé con el blog más en serio a finales del 2009, no encontraréis aquí las reseñas de las anteriores partes, que leí por última vez sobre el 2005. Así voy a dar por leídos los cuatro anteriores volúmenes, y como siempre, no desvelaré detalles de la trama de éste (recuerdo mi política de spoilers cero en el blog) y si realizo algún comentario más comprometido, avisaré para que os lo saltéis por si no lo habéis leído todavía.



Empecemos por lo obvio: Martin es un gran narrador, un escritor de talento, y con Danza lo sigue demostrando, resultando netamente superior a Festín de Cuervos, el anterior, ya consolidado como el más flojo de la saga. Continúa con la estructura de capítulos con uno de los protagonistas como narrador que se ha hecho célebre al más puro estilo folletinesco marca de la casa, esto es, con un clímax al final de cada capítulo que espolea la lectura hacia el siguiente. De esta manera, en este aspecto no solo no defraudará a la legión de seguidores sino que les gustará más, pues seamos francos, es más divertido leer capítulos narrados desde el POV (Point Of View, punto de vista) de Jon, Tyrion o Bran que, como en el anterior, Sansa, Brienne o Aeron Greyjoy. Así, si en un libro pones muchos POVs aburridos, tenderás a que el libro sea aburrido, mientras que si en otro los POVs son los elegidos por la afición, el libro será entretenido. Danza de dragones es un libro muy entretenido, indiscutiblemente.

Como he dicho, algunos de los POVs son los típicamente considerados como favoritos. Quizá el más interesante sea de nuevo Jon, entremezclado muy a su pesar en politiqueos varios mientras brega con los salvajes, con Stannis, su mujer, su bruja (grande Melisandre, cómo no), reconstruyen los fuertes del Muro y tiene una guerra contra los Otros al Norte y otra al sur no tan distante como querría. Bajo mi punto de vista el otro gran narrador es Hediondo, un personaje deliciosamente construido, magnífico contándonos la belicosidad en el norte dada su proximidad a los crueles Bolton. Bran, a quien mil páginas atrás dejamos más allá del muro, también nos cuenta una historia muy interesante profundizando en sus poderes místicos, si bien quizá sepa a poco. Todos los capítulos de los hijos de Ned atrapan, claro que deseamos dejarnos atrapar. Rondando por escenarios nuevos, con acompañantes nuevos (y otros no tan nuevos) tenemos a un Tyrion medio alcoholizado, pero que a poca oportunidad que le demos será el enano depravado pero genial de siempre. Por supuesto, también hay POVs nuevos, entre los que destacaría a Jon Connington, con una trama asociada que da y puede dar mucho juego, o Barristan Selmy, al que es un placer leer. También hay personajes nuevos, de Dorne y especialmente de más allá del Mar Angosto. Y POVs y personajes cuya presencia es sorpresiva y no diré. Todos ellos, bien. Y luego está Daenerys.

domingo, 16 de septiembre de 2012

RESEÑA: Tigana, de Guy Gavriel Kay

Hace unas décadas cambió mi vida, como la de muchos otros miles de lectores, cuando pasó por mis manos El Señor de los Anillos. En plena adolescencia, no podía creer las maravillosas páginas que iba pasando con sorpresa y avidez, el mundo de fantasía seductor y complejo que estaba descubriendo, del que El hobbit había sido tan solo la punta del iceberg. Pero llegó el momento en que cerré el tercer tomo y me pregunté: ¿y ahora qué? Quería más, mucho más. Acabé con Tolkien y entonces pasé a otros autores. Devoré varias sagas de dragonadas engañabobos de Timun Mas (yo era muy joven, pero un bobo; lo reconozco, aún no tenía criterio). Sin embargo una se salvaba, y no me avergüenzo de ella, porque era buena. Se trataba de El Tapiz de Fionavar, del canadiense Guy Gavriel Kay, autor también de Tigana, de la que hoy os voy a hablar.


Kay entro en el mundillo por la puerta grande: ayudando a Christopher Tolkien a ordenar y editar unos papeles de su padre que se convertirían en El Silmarillion, nada menos. Después de ello decidió escribir y firmó la notable saga de Fionavar, creando un universo fantástico para ello que se sostenía en pie (no como la mayoría de aquella época). Ya había irrumpido como escritor, pero decidió salir más allá de la sombra de Tolkien. Para ello, poco a poco, se labró un estilo propio: la fantasía histórica, consistente en ubicarse en un contexto histórico concreto y darle la vuelta, adaptándolo a sus intereses dentro del género fantástico, bien fuera la china medieval, la reconquista de la península ibérica, una cruzada en la Provenza francesa o, como es el caso, la Italia medieval.

La acción de Tigana transcurre en la Península de la Palma (que se asemeja a la itálica volteada horizontalmente), dividida en pequeños reinos o regiones dotados de autogobierno hasta que aparecen un par de conquistadores de mayor entidad que se la disputan, llegando a cierto equilibrio cuando cada uno de los poderosos magos que comandan las tropas de sendos ejércitos dominan aproximadamente la mitad del territorio cada uno. Sin embargo, el más poderoso de éstos, el rey Brandin de Ygrath, decide vengarse del pequeño reino que más oposición le ha presentado borrándolo para siempre de la memoria de los hombres mediante un monumental conjuro que elimine su nombre de la memoria de todos los no nacidos en él o nacidos tras la ocupación, el nombre de Tigana. Así, sin que nadie pueda recordarlo ni aprenderlo, y con su territorio ocupado, expoliado y bajo un férreo yugo, todo el país está condenado no solo a la desaparición, sino a la no existencia, pues no dejará ni el más nimio resto cuando el último de los que lo recuerde muera.

martes, 11 de septiembre de 2012

Solaris en el cine (Andréi Tarkovski, 1972; Steven Soderbergh, 2002)

Partamos de la siguiente premisa: aunque se han producido un par de adaptaciones importantes, llevar al cine Solaris de tal manera que resulte fiel a la novela de 1961 y sobre todo al espíritu de la misma es sencillamente imposible.


Esto es así, en primer lugar, porque lo que propone habitualmente una novela de ciencia ficción es la reflexión sobre algún supuesto llevado a los límites, y en el caso de Solaris, los supuestos tratan de conceptos bien variados, profundos y difíciles de tratar (contacto extraterrestre, singularidad extraterrestre, identidad, límites de la humanidad, divinidad… podéis encontrarlos con mayor profundidad en la reciente reseña literaria), con lo que resultaría una tarea titánica pasar por todos dándoles su debida importancia. Por otro lado, nos movemos por la rama de la ciencia ficción más lejana de la space opera, esto es, de su vertiente más comercial, lo que afecta de dos maneras. Primero, nos encontramos con una historia en ningún momento trepidante, con unos tiempos narrativos nada comerciales, sino más bien tranquilos, por momentos didácticos, que llevan a la introspección y por tanto no trasladables al lenguaje cinematográfico de una gran producción, lo que nos lleva al segundo punto: si no es en una gran producción, no es posible desarrollar con la grandilocuencia de la novela al coprotagonista de la novela, es decir, al espectacular, inteligente, inmenso y extraterrestre océano en torno al cual giran el resto de piezas de la obra.

A pesar de estos obstáculos, Solaris es una maravilla, una de las cumbres del género, y como tal ha llamado la atención de importantes cineastas. La primera adaptación, menor, fue para la televisión soviética (1868).

La siguiente adaptación también llegó de la unión soviética en 1972, suponiendo un encuentro de dos genios: tenía toda la lógica que la belleza de la prosa de Stanislav Lem confluyera con la poesía visual de Andréi Tarkovski, y así lo hizo en una película que obtuvo el Gran Premio del Jurado en Cannes y que se ha convertido con toda justicia en obra de culto, aunque curiosamente jamás convenció del todo a su creador, que buscaba un resultado aún más único (subrayo el aún).


Tarkovski adapta una buena cantidad de pasajes de la novela de forma literal, intentando presentar cierta visión de conjunto de los conflictos presentados en la obra literaria aunque no profundice luego siempre en ellos. Sí que se centra en la relación de Kris Kelvin con su visitante, su difunta esposa Hari, interpretados acertadamente por Donatas Banionis y la bella Natalya Bondarchuk. También ahonda en la relación de éstos con el resto de científicos solarísticos, destacando el Snaut de Jüri Järvet. Esto lo hace mediante los larguísimos diálogos característicos del director (en realidad concatenaciones de largos monólogos), que le sirven de pretexto para presentar algunas de las ideas de Lem, y otros muchos pensamientos y situaciones de su propia creación, como la extensión del personaje de Berton, poco más que apuntado en la novela, una relación disfuncional paterno-filial que se muestra como de gran importancia, o incluso unas referencias directas al Quijote, enfocando directa o indirectamente hacia una singular exploración de la realidad.

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