viernes, 30 de noviembre de 2012

Cuentos para Algernon

Hoy os voy a sugerir un blog de reciente creación, y que a pesar de su juventud ha llamado poderosamente mi atención. En él, una traductora con el alias de Marcheto, aficionada a la ciencia ficción, fantasía y terror (vaya, los géneros que suelo tratar por estos lares), se pone a nuestro servicio regalándonos su trabajo al traer al español algunos relatos que quizá no llegarían con tanta facilidad a nosotros, ni desde luego con tal altruismo. De momento tenemos a nuestra disposición el estupendo Quedarse atrás, de Ken Liu (autor ganador de Nebula, Hugo y World Fantasy Award, ahí es nada) y Un diez con una bandera, más importante relato de Joseph Paul Haines, autor inédito en España.

El blog se llama Cuentos para Algernon (homenaje a la genial obra de Daniel Keyes). Ojalá el proyecto tenga suerte y continuidad, y nos siga haciendo estos regalos, nunca mejor dicho por amor al arte.


lunes, 26 de noviembre de 2012

RESEÑA: Jitanjáfora (Desencanto), de Sergio Parra

Hace unos meses comentaba la grata sorpresa que me había producido Jitanjáfora, la novela de Sergio Parra, por su originalidad tanto formal como argumental, que me llevó a alcanzar un gran disfrute lector. Ahora es el momento de echarle un vistazo a lo que nos ofrece su segunda parte, Jitanjáfora (Desencanto), con la que se cierra la serie protagonizada por ¿el bueno de? Conrado Marchale. ¿Me lo he pasado tan bien? Yo diría que sí.


En primer lugar he de aclarar que esta novela no lo tenía fácil, pues el gran acierto de su predecesora era mostrar una serie de conceptos novedosos sin desdeñar el entrar en detalles, en cuya pormenorizada presentación basaba su acierto: nos introducía a un mundo nuevo, el de la magia racionalizada, con una nueva óptica, fría y cruda a la vez que hilarante y rocambolesca desde la que observar el mundo, incluyendo el conflicto eterno del bien contra el mal. Es una comparación habitual, pero acertada, la de que este mundo es una suerte de Harry Potter para adultos, especialmente si éstos están dotados de humor negro y la suficiente mala leche. Así pues, una vez presentado el universo de Jitanjáfora, ¿qué es lo mejor que podríamos encontrarnos en su secuela? Pues, dado que nos gusta dicho universo, por un lado profundizar en él, y por otro lado cubrir la que quizá era la laguna de la primera parte, cuya narración se antojaba errática en algunos momentos. Aquí la historia es más consistente, con lo que gracias a la solidez con que el escenario de los acontecimientos ha cuajado, podemos centrarnos en la acción en sí.
De esta manera dividamos en dos las novedades: expansión del cosmos Jitanjáfora e historia contada, aunque ambas se solapan irremediablemente y avanzan de la mano. Respecto a la expansión, aquí descubriremos otros elementos y criaturas “sobrenaturales” más allá de los magos: las brujas, una especie de lamias, poderosas y de sexualidad palpitante, y los duendes, cuyas bizarras reglas se rigen por principios seudoartísticos cercanos al snuff. También conoceremos (y si no has leído la primera parte, salta hasta el siguiente párrafo) con algo más de profundidad a la otra facción de la magia: el bien, antagonista de nuestros protagonistas “malos”.
Respecto a la historia, comienza con un Conrado Marchale hiperpoderoso, con trece vueltas en la espiral (la manera de medir lo avanzado de un mago, cuyo máximo es doce) desatado y provocando una matanza indiscriminada de sus colegas en el Club Jitanjáfora. ¿Locura? ¿Exceso de temperación? ¿Otras razones? Entonces saltamos al pasado, cuando Conrado era un mago “recién licenciado” para averiguarlo, conforme observamos cuánto de gris oscuro es lo bueno o de gris claro es lo malo, pues aquí difícilmente hallaremos valores absolutos.
Recuperamos a los protagonistas de la anterior parte formando una familia impostada infiltrada en una comunidad estadounidense para investigar entre magos enemigos sobre la misteriosa operación “Huevo de Pascua”: nuestro antiguo don Nadie como padre de familia; de esposa la atrayente Umami, motor del protagonista y casi de la serie incluso en sus ausencias; el verborréico Figueredo fingiendo ser el tío disminuido que casi no puede pronunciar palabra; como hijo, Chad, un cucaracha (sin relación con la magia) con alto concepto de sí mismo. Estos dos proporcionarán una buena cantidad de momentos jocosos en las páginas del libro. Aún río al recordar el pasaje de la actuación del falso minusválido en la fiesta de bienvenida vecinal, llena de puritanos americanos medios.
Aun con todo, Jitanjáfora (Desencanto) no es una novela amable, pues alterna los momentos de diversión con otros de gran dureza, siendo más contundente que su predecesora, especialmente en su segunda mitad, a partir del clímax de una escena en un supermercado digna de Jack Bauer, desde la que la acción se dispara en una narración vertiginosa.

jueves, 22 de noviembre de 2012

miNatura 123: especial Stephen King

Una vez más os sugiero echar un vistazo a la revista miNatura, integrada fundamentalmente por microrrelatos (si bien no solo por éstos). Acaba de salir a la red su número 123, el especial dedicado al archiconocido y prolífico escritor de (sobre todo) terror Stephen King.


Colaboro en este número con el microrrelato Howard Phillips Lovecraft y la redención de Shawshank, una variación de su obra Rita Hayworth y la redención de Shawshank, en la que está a su vez basada la genial película Cadena Perpetua.
Podéis descargar el pdf de forma totalmente gratuita AQUÍ.

A continuación, el índice de la revista:

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Obras maestras: Cristal Oscuro (1982), de Jim Henson y Frank Oz

Cuando era niño tuve la inmensa suerte de que en los programas infantiles que me tocó ver en mi época, un genio creador pegara un latigazo a mi imaginación para hacerla avanzar al galope. Hablo del Barrio Sésamo de Espinete (1983-1988), salteado por las maravillosas marionetas de los Teleñecos, y sobre todo por la fantástica serie Fraguel Rock (la americana Fraggle Rock, desde el 84 en España). El erizo rosa era autóctono, pero los otros dos hitos televisivos, que nos quedaron marcados al rojo a los que nacimos en los últimos setentas y primeros ochentas venían directamente de la mente calenturienta de Jim Henson, el mencionado genio.


Pues en su mejor momento creativo, con los muppets funcionando a pleno rendimiendo y un poco antes de que los fraguel echaran a cantar, Jim creo la que para mí es la gran obra maestra de su carrera: Cristal Oscuro (1982). Sí, vale, los teleñecos llevan desde los 50 dando guerra ininterrumpidamente, y los rockeros compusieron una serie más corta pero perfecta. Por supuesto que también está Dentro del Laberinto (1986), que es maravillosa, pero ninguno de ellos me ha dejado la boca tan abierta ni hecho latir el corazón con el sentido de la aventura y la explosión de fantasía con que lo hizo Cristal Oscuro la primera vez que la vi, ni despertado la admiración de la última. Desde mi punto de vista, si el stop-motion de Tim Burton (por no remontarnos a Ray Harryhausen) tuvo su clímax en Pesadilla antes de Navidad, el cine de marionetas lo tuvo con Cristal Oscuro.


Antes de seguir debo añadir en los créditos de la película a Frank Oz como codirector (era el colaborador habitual de Henson), y sobre todo al estupendo diseñador de personajes y dibujante Brian Froud, que firmó un trabajo que se ha convertido en legendario. Caben destacar también la delicada fotografía así como la sugerente partitura de Trevor Jones.

Fue la primera película de imagen real sin humanos (todo son marionetas y disfraces), pero es que de hecho tampoco salen animales "reales". Se crearon ex profeso toda una flora y toda una fauna, y no de cuatro matas y dos bichos. Aparecen decenas de criaturas diferentes, originales, llamativas, fruto de mentes enfermas: enfermas de una imaginación sin mesura. Así, cada escenario tiene vida propia, ocurriendo multitud de cosas en segundo y hasta en tercer plano. Tantas que es humanamente imposible disfrutar de todas ellas en su justa medida. No obstante tal complejidad no complica en absoluto la narración, que es clara y en ningún momento se atasca.

martes, 6 de noviembre de 2012

RESEÑA: El libro de la selva, de Rudyard Kipling

Ocurre algunas veces que a un escritor de talento y capacidades desbordantes se le ocurre autocontenerse y elaborar un trabajo sencillo, tal que un niño sea capaz de saborearla, pero con maestría universal. Así que donde ese niño nota dulzor o amargura en las palabras, un adulto más acostumbrado a batallar con todo tipo de narraciones será capaz de degustar una auténtica delicia, un refinamiento exquisito de sabores que le proporcionará una satisfacción lectora única. Es el caso de, por poner un ejemplo que habrá pasado por las manos de casi todos los lectores habituales de este blog, El hobbit de J. R. R. Tolkien, un hombre capaz de inventar lenguajes funcionales por placer o de refundar géneros. Es el caso de otro genio, Rudyard Kipling, con su obra más conocida: El libro de la selva, también conocido como El libro de las tierras vírgenes (1894).


Ya he comentado algunas veces por aquí mis preferencias por el autor británico (nacido en Bombay). Hablé hace tiempo de las compilaciones de relatos El hombre que pudo reinar y otros cuentos y La tumba de sus antepasados y otros relatos. Dos magníficas colecciones en las que Kipling demuestra sus habilidades como el escritor del imperialismo británico en general y de la India (y países adyacentes) en particular. Yo añadiría que el gran narrador de lo exótico. No obstante, en las dos antologías mencionadas (especialmente en la segunda) se puede detectar cierta obstinación tanto por la perfección técnica como por la minuciosidad en las descripciones, lo que hace que cuando no se está en las óptimas condiciones de lectura o si la historia no atrapa, ésta corra el peligro de volverse farragosa y huidiza. Es algo que en ningún momento ocurre con El libro de la selva, que no solo es una obra maestra de equilibrio entre técnica y funcionalidad narrativa, sino también de capacidad de atrapar al lector y espolearle en una lectura que se convierte en puro placer.

Respecto al contenido, lo primero que debo aclarar es que a quienes no les atraiga el libro pensando en que la entretenida película de Disney les ha desvelado sus secretos, se equivocan por completo. Aquí no encontraremos ninguna melodía tan pegadiza como el “Quiero ser como tú”, aunque sí muchas canciones en formato de poesía cantada por los animales. Pero sobre todo conviene conocer que El libro de la selva es una colección de 15 relatos (8 de ellos transcurren en la selva y están relacionados entre sí) de los que el film adapta edulcoradamente un par y coge personajes de dos o tres más para cambiarlos por completo ciñéndolos a los cánones infantiles, y es que aunque el formato escrito es el del cuento, podemos encontrar puntualmente sangre, muerte, matanzas y batallas entre animales, detalles obviados por la factoría de animación, que se toma además licencias como la de convertir a Baloo, uno de los sabios venerables de la selva, en un idiota bonachón. En cualquier caso, todo acto violento se halla brillantemente naturalizado por Kipling, que de manera habitual considera a los hombres como realizadores de las acciones más viles, amén del intrigante tigre Shere Kahn.

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