viernes, 31 de enero de 2014

RESEÑA: Terra Nova vol. 2. Antología de ciencia ficción contemporánea

Hace aproximadamente un año os recomendaba la antología de ciencia ficción Terra Nova, poco interesada en textos de aventuras espaciales o de futuros remotos y mucho en aquellos que especularan con situaciones extrapolables a problemas sociales, políticas o culturales de la actualidad, e intentando equilibrar la presencia de firmas en castellano con otras más consolidadas en el mundo anglosajón, pero no lo suficientemente difundidas aquí. No me equivoqué subrayando su valía, puesto que tal colección arrasó no hace tanto en los premios Ignotus, los más importantes repartidos en España. Ahora llega a nuestras librerías Terra Nova 2, con idéntica filosofía en su criterio de selección (a cargo de Mariano Villarreal y Luis Pestarini) y con la intención de dejar claro que existe una solución de continuidad para esta antología.


Al igual que ocurriera con la primera entrega, entre los textos traducidos nos encontramos con numerosos finalistas de algunos de los premios foráneos de mayor importancia (Sturgeon, Locus, Hugo, Stoker, Nebula…), tanto en la categoría de relato como en la de novela corta, de escritores que están despuntando, pero cuya situación aquí aún no es todo lo boyante que merece por la calidad de sus textos, por lo que conocerlos supone un valor añadido para la antología. Por otra parte encontramos los relatos escritos originariamente en español, de autores en su mayoría más rodados en revistas de género y otras antologías de menor repercusión que esta, entre los que seguro alguno se consolidará los próximos años.

Pero mejor voy comentando los 11 miembros del equipo uno a uno:
La textura de las palabras, de Felicidad Martínez es una excelente novela corta en la que se nos presenta, construyéndola con solidez y credibilidad, una sociedad de mujeres ciegas en la que se describen con gran elocuencia las rígidas relaciones tanto de las mujeres entre ellas como con los hombres. Un inicio rutilante para la colección en el que brilla la sensibilidad con que se trata la relación madre-hija.

miércoles, 29 de enero de 2014

1984, primeras líneas

Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las trece. Winston Smith, con la barbilla clavada en el pecho en su esfuerzo por burlar el molestísimo viento, se deslizó rápidamente por entre las puertas de cristal de las Casas de la Victoria, aunque no con la suficiente rapidez para evitar que una ráfaga polvorienta se colara con él.

El vestíbulo olía a legumbres cocidas y a esteras viejas. Al fondo, un cartel de colores, demasiado grande para hallarse en un interior, estaba pegado a la pared. Representaba sólo un enorme rostro de más de un metro de anchura: la cara de un hombre de unos cuarenta y cinco años con un gran bigote negro y facciones hermosas y endurecidas. Winston se dirigió hacia las escaleras. Era inútil intentar subir en el ascensor. No funcionaba con frecuencia y en esta época la corriente se cortaba durante las horas de día. Esto era parte de las restricciones con que se preparaba la Semana del Odio. Winston tenía que subir a un séptimo piso. Con sus treinta y nueve años y una úlcera de varices por encima del tobillo derecho, subió lentamente, descansando varias veces. En cada descansillo, frente a la puerta del ascensor, el cartelón del enorme rostro miraba desde el muro. Era uno de esos dibujos realizados de tal manera que los ojos le siguen a uno adonde-quiera que esté. EL GRAN HERMANO TE VIGILA, decían las palabras al pie.

lunes, 20 de enero de 2014

RESEÑA: La sanguijuela de mi niña, de Christopher Moore

Muchas veces uno no necesita leer una de esas novelas imprescindibles para los respetuosos amantes de la literatura, o meterse en una larga saga con profundos desarrollos de escenarios y personajes, ni conocer una nueva e interesante especulación de ciencia ficción. A veces lo que mejor viene es leer una gamberrada, divertirse como cuando no era más que un adolescente leyendo un libro sin más pretensiones que las de hacer reír al destinatario. Cuando esto ocurre, normalmente suelo recurrir a mi idolatrado Terry Pratchett con su Mundodisco, o al planetario Eduardo Mendoza en su vertiente más desenfadada. Desde ahora, uno al selecto grupo a Christopher Moore, a quien he conocido con uno de sus primeros éxitos (1995): La sanguijuela de mi niña.



Moore bien podría considerarse una versión estadounidense de Pratchett. No escribe tan bien como el inglés (que por algo es Sir), pero resulta tremendamente divertido, y aunque sea un poco caer en el tópico, donde el británico hila más fino, este adquiere un estilo más directo, esto es, nos deja un sabor “más americano”. No quiere decir ello que sea una obra de poca calidad, sino sencillamente que no emplea gran cantidad de recursos narrativos para lograr lo que desea: una lectura entretenida, franca y de gran fluidez en especial en los diálogos, lo que posee un mérito incuestionable.

En cuanto a la historia, está centrada en dos personajes: Jody, una vampira recién convertida en tal, que irá descubriendo los secretos de su nueva condición al mismo tiempo que el lector, y Tommy, un escritor de medio pelo, recién llegado a San Francisco desde un pueblucho trayendo consigo sus aspiraciones artísticas y que trabaja en el peculiar turno de noche de un supermercado, probablemente un alter ego del propio Moore.

martes, 14 de enero de 2014

300 (y pico)

No, no hablo de Esparta, sino de Cree Lo Que Quieras, que hace unas entradas cumplió las 300. 300 y pico textos ya subidos a lo largo de estos casi 5 años de blog. Casi un centenar de seguidores de blogger, que van para los 180 de google. Más de 80 reseñas. 40 microrrelatos, docena y media de relatos largos, y unas cuantas entradas hablando de obras maestras del cine, de música épica seleccionada de algunas buenas bandas sonoras (de mi gusto), y de muchas, muchas, muchas cosas más, de mayor o menor importancia (habitualmente menor), incluyendo por supuesto mis pequeños logros como escritor.

Las entradas previas no han sido seleccionadas a la ligera. En la número 299 hablaba de Visiones 2012, una de las mejores antologías en las que he participado. Reservé la más especial, la que cumplía el secreto aniversario, para un relato que me pedía ver la luz desde hace tiempo, El gran negocio. Y la siguiente, la que encara la cuarta y larga centena, para la reseña de uno de los mejores libros que he leído en mi vida, Hijos de la Medianoche.

¿Y ahora qué?
Por un lado siento enorme pereza de seguir escribiendo, trabajándome cada entrada, subiendo relatos que pocos leerán (la relación de lecturas de una reseña a un relato es, en el mejor de los casos, de 2 a 1; en el peor, de 6 o 7 a 1; no obstante lo entiendo: un blog es internet, e internet es consumo rápido). Incluso 80.000 son pocas visitas para un blog como este.
Por otro lado, soy plenamente consciente de que de vez en cuando me apetecerá seguir contando alguna historia, hablando sobre el último libro que haya leído o sobre esa película que se me antoja genial y que muy pocos conocen.

La solución es sencilla: seguiré por estos lares, si bien quizá con menos frecuencia (detalle fácil de comprobar en lo que va de año). O a lo mejor dentro de un mes estoy a tope, posteando a diario. Nunca se sabe. Aunque tiene más pinta de lo primero.

Por último, quiero agradecer a esos 80.000 (y pico), que quizá se irían a 100.000 (y pico) desde que abrí el blog (cosas de antiguos y nuevos contadores) el caso que me han hecho estos años, sobre todo a los que no han entrado en CLQQ por error, más aún a quienes han leído lo que escribía, y por encima de todos a quienes, además de todo lo anterior, han comentado, aunque fuera para decirme que no les gustaban mis palabras. Brindo con y por todos ellos y ellas:




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