martes, 20 de mayo de 2014

RESEÑA: El océano al final del camino, de Neil Gaiman

Hay algunos autores que brillan de forma especial con determinados formatos concretos de escritura. De Maupassant, por ejemplo, era un buen novelista, pero un relatista como no he leído otro igual. A Tolkien le pasaba lo contrario: buen ensayista o cuentista, cuanto más se alargara en sus ficciones, mejor las escribía. A Neil Gaiman le sucede algo similar. Sin entrar en su labor (perfecta) como guionista de cómic y limitándonos a sus novelas, según mi opinión es un buen escritor se ponga con lo que se ponga: crea buenos relatos (Objetos Frágiles) y buenas historias largas y enrevesadas (American gods), pero cuando logra brillar con verdadera intensidad es con sus novelas cortas, con cuentos perversos en apariencia de ámbito juvenil pero que disfrutaremos mucho más los lectores más rodados, como las célebres Stardust o Coraline, la genial El libro del cementerio, o esta El océano al final del camino.


No es casualidad que Gaiman empezara su reciente El océano al final del camino (2013) como relato, pero acabara marchándosele de las manos hasta relato largo, novela corta y finalmente hasta novela: la historia en sí es realmente sencilla. No obstante existen varios elementos que hacen que esta sencillez sea imposible de identificar con simplicidad. La gran cantidad de matices añadidos por el escritor a los escenario, al desarrollo de la acción y sobre todo a los personajes sería más que suficiente, pero es que además nos encontramos con ese Gaiman más inspirado, especialmente refinado y sensible, contándonos aun los más brutales y perturbadores actos de tal manera que entran con la suavidad del terciopelo.

Además, resulta obvio identificar al Gaiman de siempre como creador de pequeños universos, alambicados y oscuros, pero consistentes, paralelos y coexistentes con el nuestro: ese Londres de Abajo de Neverwhere, el mundo abotonado de Coraline, el Cementerio del libro del ídem, el Más allá del Muro de Stardust… Existen junto a nosotros sin darnos cuenta, claro, hasta que alguien (el protagonista) se da de bruces contra él. En este caso tan solo tendrá que salir por la puerta de su casa y caminar hasta el final del camino para encontrarse con poderes primigenios de diferentes carices, que cómo no, acabarán implicándole de forma directa.

viernes, 16 de mayo de 2014

MICRORRELATO: Agridulce

Si me ves enarbolar frente a ti una sonrisa agridulce, de las que no se acaban de formar pues alzo solo una parte de los labios y el resto no acaba de animarse, no lo dudes: se trata de un regalo envenenado. Cava un hoyo hondo y entierra todo dulzor en el fondo, y después tápalo con colinas, o montes, o mejor el Himalaya. Después te quedará el poso de la realidad, y con eso sí te debes quedar, con la acritud de esa sonrisa, con el dolor hasta el estremecimiento. Y entonces quizá pienses que un río nos separa, y que es el Yangtsé, y que está en llamas. Y no errarás, no del todo.

No obstante no has de entenderlo necesariamente como malas noticias. Si te gusta buscar la parte curva de las rectas, si cuando te miras no te limitas a tu reflejo sino que tratas de desenmarañar el borrón en el fondo del espejo, puedes quedarte hasta el final, esperar a ver lo que sucede después de la sonrisa y bajarte no en la última parada, sino una después del final de línea. Entonces, con suerte, querrás caminar un rato a mi lado y descubrir la verdad, o al menos mi verdad.

lunes, 5 de mayo de 2014

RESEÑA: Sueño de una noche de verano, de William Shakespeare

Como sobre Shakespeare ya está prácticamente todo escrito, voy a tratar de hacer esta reseña de una manera diferente a mi estilo habitual. ¿Por qué hay que leer Sueño de una noche de verano?


- Porque es de William Shakespeare, y todo lo que escribió este hombre merece ser leído. Resulta, sin duda, un tópico, pero el inglés escribía como quería, y cualquiera por cuyas manos haya pasado uno de sus libros lo sabe. El dominio de las palabras es apabullante, pero no las utiliza como un pintor dando pinceladas hasta obtener la  tonalidad perfecta en color, brillo y sutileza. No solo así, quiero decir. También como un fino pero nervioso esgrimista, haciendo bailar en el aire las palabras como el acero con energía y fluidez, y haciendo sangre cuando es necesario.

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