miércoles, 21 de enero de 2015

RELATO: Sinsentido

Al bueno de A. N.

Érase una vez  un pequeño pueblo llamado Rocabajo que se levantaba en una ladera al pie de una escarpada cordillera. La tierra, aunque se helaba en invierno, era fértil y agradecida, pues la regaban las frías aguas de un río serpenteante que bajaba de la mayor de las montañas tras el pueblo. El río Hielo, que así lo llamaban los humildes aldeanos, pues con frecuencia arrastraba placas heladas por su superficie, daba varias vueltas buscando su descenso, enroscándose sobre sí mismo para rodear al pueblo y desenrollándose para por fin encontrar un curso más rectilíneo.

Los rocabajenses cultivaban sus campos lo suficiente para sobrevivir, pero se dedicaban en mayor medida a extraer piedras preciosas de las montañas y a cazar animales salvajes para despellejarlos  y así realizar trueques por otros objetos de valor. De esta manera, cuando tenían algunas bolsas de gemas o hatos de pieles, los lugareños formaban una caravana y bajaban por el único camino que salía de Rocabajo, cruzaban el río Hielo por un puente que estaba allí desde siempre, y varias jornadas más tarde se hallaban de vuelta por el mismo sendero, tras comerciar con otras poblaciones y hacerse con cuantos bienes resultaran necesarios. Y así fue hasta la aparición de la Criatura.

Un día como cualquier otro una caravana como cualquier otra partió de Rocabajo por el camino habitual, mas al alcanzar el puente, de debajo del mismo surgió realizando una cabriola un ser enorme y grotesco, desproporcionado y cubierto de una sucia maraña de pelo por todo el cuerpo, cortándoles el paso.

La Criatura mató a una de las mulas de un solo zarpazo. Otra se encabritó y saltó al río Hielo para hundirse con los fardos a mercadear atados sobre su lomo. Respecto a los aldeanos, uno fue acorralado y también se lanzó al agua a la desesperada, mientras que los demás emprendieron una huida frenética hasta regresar al pueblo. Esa misma noche el desgraciado que había acabado en el río apareció por Rocabajo, tiritando, al borde de la pulmonía, más muerto que vivo, pero sí lo suficientemente espabilado como para contar que había salido del agua helada y contemplado, mientras se arrastraba lejos de allí, cómo el monstruo se cobijaba de nuevo bajo el puente.

A la mañana siguiente los cazadores del lugar al completo, curtidos en cien batallas contra lobos y osos, fueron hacia el emplazamiento del asalto armados con arcos, flechas, jabalinas y lanzas. Tal y como esperaban, la Criatura apareció para cortarles el paso. En ese momento atacaron sin tregua, pero las flechas rebotaban sobre su piel sin herirla como si de sólida roca se tratase. Esquivaba las jabalinas con agilidad felina y cuando una lanzada se le acercaba, agarraba el asta, se la arrebataba al cazador y la quebraba por la mitad con la facilidad con que un hombre rompe un palillo. Pronto la partida no tuvo más remedio que retirarse y replantear el ataque.

No obstante, ninguna de las siguientes ofensivas surtió efecto. Las armas eran repelidas con facilidad por la Criatura. Entonces cavaron hoyos con estacas en las inmediaciones, pero su objetivo no abandonaba el puente bajo ningún señuelo. Se le arrojó carne envenenada, pero le prestaba tanta atención como a los guijarros del río. Así Rocabajo quedó aislada del resto del mundo, entre unas aguas gélidas, una cordillera angosta, y un monstruo inexpugnable. No pudieron traer otros bienes de más allá el río Hielo, y pronto las reservas comenzaron a agotarse. Primero los licores, más tarde las medicinas; no se sabía muy bien qué ausencia se antojaba más grave. La siempre alta moral de los aldeanos comenzó a flaquear y las sonrisas se transformaron en miradas torcidas. Y así fue hasta la llegada del Caballero.

No apareció por el camino, sino descendiendo valientemente por la gran montaña tras Rocabajo, allí por donde nunca había llegado nadie. Contó de sí mismo que era un aventurero en continua búsqueda de causas nobles o de nuevos retos, como lo había sido cruzar la cordillera desde el otro extremo. Como su mirada era limpia y su voz poderosa, los desesperados lugareños no tardaron en hablarle de la Criatura, ante cuya narración el abnegado y altruista trotamundos pronto prometió hacer cuanto en su mano,  corazón y astucia estuviera para acabar con el monstruo. Alguien que había escalado con tal habilidad picos tan abruptos quizá lo consiguiera; una luz de esperanza se encendió para los rocabajenses.

Tras solo una noche de descanso, el Caballero tomó el camino espada en ristre, seguido a prudencial distancia por los habitantes del pueble en pleno. En cuanto llegó al puente, la Criatura apareció de debajo dando una voltereta. Sin mediar palabra ambos se enzarzaron en un torbellino de estocadas y zarpazos, enfrentándose poderosas garras con agudo acero entre una sinfonía de graves bramidos, contundentes golpes y chirridos metálicos, hasta que horas más tarde, el extenuado y dolorido Caballero doblegó a la Criatura y la obligó a arrodillarse, rozando con el filo de su espada su gaznate, preparado para el golpe final. Pero tal golpe no fue asestado.

En ese instante la andrajosa Criatura se transformó en un manso anciano, cubierto tan solo por una túnica inmaculada, y el Caballero supo que ya no había nada que temer. Con serenísima voz anunció que en realidad se trataba de un bondadoso sabio que podía mirar directamente al corazón de los hombres.
-         Para, para, para. Eso ya no tiene ningún sentido.
-         ¿Cómo que no tiene ningún sentido? ¿Y qué más da? Forma parte del cuento.
-         Pero es que no tiene ni pies ni cabeza.
-         A ver, que es en plan magia, no tiene que tenerlos.
-         No digo que no tenga sentido porque sea un mago, digo que no tiene sentido que sea un sabio bondadoso. Si fuera bueno no habría estado estilo trol todo ese tiempo sin ningún motivo, a no ser que el Caballero fuera tonto y no se diera cuenta de que en realidad era malo.
-         ¿Por qué malo?
-         Para salvar el pellejo. Además, todo ese tiempo incordiando Rocabajo sin pedir nada a cambio, sin poner ninguna prueba de valía o algo así a esos pobres desgraciados. Él solo estaba ahí, jodiendo. No, no tiene sentido.
-         Pues así es el cuento.
-         Pues no me vale.
-         A ver, me he inventado una geografía, una economía basada en la minería, la caza y el comercio, para que tuvieras tu lógica, y te he puesto un conflicto, ¿dónde está el problema? Ya te lo digo yo: el problema es que no te gusta la fantasía.
-         Me gusta la fantasía tanto como cualquier otro género, pero que tenga lógica interna y sea consistente, y el trol no puede ser un sabio, como mucho un sabio embrujado y convertido en la Criatura, o incluso un brujo, pero malvado.
-         ¿Y si la historia avanza solo si es bueno?
-         Pues entonces es una mala historia.
-         No porque no se explique todo ni se razone al milímetro tiene que ser mala.
-         Pero si es que es el conflicto principal. Puente bloqueado, desbloquear puente. Anillo malo, destruir Anillo.
-         No me vengas otra vez con lo del Señor de los Anillos.
-         El Señor de los Anillos es una gran novela, pero…
-         Pero nada, que no te gusta el escapismo. La vida es una mierda, me voy a una historia que no se parezca en nada a la vida y así me olvido un rato, no le busques tanta lógica rotunda.
-         Pero es que si solo fueras un poco realista, ganaría mucho.
-         Vale, pues el sabio se había quedado en paro, y lo había abandonado su mujer, y lo iban a desahuciar por ejecución de una hipoteca abusiva, y por eso solo podía vivir debajo de un puente, y como la vida estaba siendo injusta con él, que mira que era bondadoso, pues decidió vengarse de la vida haciéndoselas pasar putas a gente buena como él, antes de que llegaran los del banco.
-         Venga ya, no exageres.
-         Pues claro que no, porque para eso solo tengo que abrir el periódico o poner las noticias y ya me cuentan ellos la historia del trol del puente. Pues prefiero olvidarme un rato de tanta amargura, y que el Caballero se haga amigo de la Criatura, que lo mismo hasta tiene una hermosa doncella por hija, bonita y buena gente, y ya tenemos  el final feliz que no me voy a encontrar en el periódico. Que no es realista, pues vale. Que me entretiene un rato, pues también.
-         Pero es que también se puede llegar a tu entretenimiento desde la consistencia, o sin meter un deus ex machina. El lobo se comió a Caperucita y a la abuela y ahí se acababa la historia, y era una buena historia sin tener que meter al cazador para forzar el final feliz. Y más realista.
-         Sí, es un buen cuento, y también lo es con el lobo ahogado con piedras en la barriga, o con el Caballero encontrando un buen suegro, aunque sea menos lógico. Y si la historia fuera más larga, sí que habría un brujo malvado, o un dragón, o la doncella estaría aprisionada en el Hades y tendría que bajar hasta allí a rescatarla.
-         Y si descendiera hasta el Hades, quizá fuera mejor historia si un segundo antes de cruzar el umbral de salida, volviera la cabeza atrás y por ello no lograra rescatarla.
-         O podemos dejar que escapen. Podemos dejar que pasen 1.001 noches de aventuras y regalarles un final feliz, vale que a lo mejor la noche 1.002 ya no es tan buena, y se levantan de resaca y se ponen a leer los periódicos y a ver las noticias, el banco les desahucia y todo se va al carajo, pero eso ya no forma parte de la historia, porque la historia ha acabado en la noche 1.001, así que nosotros les hacemos el favor de regalarles esa noche 1.001 y el Caballero y su dama nos hacen el favor de dejarnos que nos escapemos con ellos, a ellos, de vez en cuando.
-         Perfecto. Pero dentro de una lógica.
-         Y dale con la lógica.
-         ¿Es que no podría haber explicado Tolkien por qué Gandalf no podía mandar un águila gigante a arrojar el Anillo al fuego, en lugar de tanta caminata y angustia?
-         ¿Otra vez con eso?
-         El águila llega volando en unas horas llevando a Frodo o quien sea con el Anillo. Aterriza junto a la misma grieta, así solo tienen que tirarlo y ganan la guerra sin que nadie tenga que sufrir.
-         Como chiste está bien, pero si escribe eso no hay trama.
-         ¿No me digas que nunca lo has pensado?
-         Claro que lo he pensado.
-         ¿Ves?
-         Claro que lo he pensado, y me da igual. No te metas con El Señor de los Anillos, es una novela cojonuda y te lo pasaste de maravilla leyéndola.
-         Bueno, eso es cierto.
-         Pues ya está.
-         Pues ya está.
-         En fin… mañana te toca a ti, ¿qué me vas a contar?
-         Aún tengo que inventarme algo.
-         ¿Un drama social? ¿la historia de un desamor? ¿una muerte lenta y dolorosa por tuberculosis o fiebres cerebrales o simplemente porque sí?
-         Ya veremos. De todas formas intuyo que no me vas a dejar que la acabe.
-         Probablemente –dijo, sonriendo.
-         Probablemente –respondió, sonriendo.

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